martes, 13 de marzo de 2012

Monólogo


(Se abre el telón y se deja entrever un salón con muebles bastante anticuados, la mujer se encuentra sola en la cocina, escenario principal por el que se ve el salón a través de la puerta de cristales.)


Dafne: ¿¡pero os parece normal lo que acaba de ocurrir!? Es que no hay por donde cogerlo, vamos, no creo que ninguna persona en su sano juicio pueda comprenderlo.
Él sabía lo que había, no entiendo el porqué ahora de su sorpresa, sabía que soy una persona demasiado fuerte y que siempre, absolutamente en todo lo que hago, soy de extremos. Nada de medias tintas. Por eso mismo ahora no entiendo esta absurda situación, nos viene demasiado grande, nos ha traspasado y ha llegado demasiado lejos. Y lo peor de todo es que en vez de buscar soluciones, sigue buscando a los culpables, pero ¡¿qué culpables, de qué!? La verdad, que debo confesar que cuando nos conocimos éramos tal para cual, siempre tuvimos nuestras diferencias, pero nunca imaginé que acabaríamos así. Es que no nos reconocemos, al mirarnos no sabemos quiénes somos. Aunque esta situación no es de ayer por la mañana, no, ni hablar, viene ya desde hace cierto tiempo, incluso de mucho antes de que nos diéramos cuenta. Ahora que ya lo sabemos, resulta muy fácil contar los hechos, pero claro, otra cosa muy diferente es vivirlos. No sabría exactamente ponerle una fecha, así que supongamos que desde que nuestro hijo pasó a primaria empezó todo esto. El caso es que nunca hacíamos todo juntos, pues nuestras aficiones son bastante diferentes, pero nos solíamos adaptar muy bien. Tenemos amigos en común, o bueno más bien teníamos, porque desde que comenzó la susodicha obsesión mi vida ha desaparecido. ¿Dónde están ahora esos amigos que siempre iban a estar a tu lado? ¿Y las aficiones, que tanto tiempo me quitaban? ¡Con lo que siempre me ha gustado cocinar e invitar a todos mis amigos a que viniesen a comer los buñuelos o las torrijas a casa! Y ahora, ya lo veis, sólo me queda el estar desesperada.
Siempre me he sentido muy afortunada por la vida que llevaba, sin ningún tipo de engaño mayor, con una familia feliz, con buenos amigos a nuestro lado y, por suerte, con buena salud. El 7 de septiembre hacemos 27 años, ¡cómo pasa el tiempo! y pensar que hace poco estábamos tumbados en la playa, mirándonos y rellenando el tiempo para cuando nos jubilemos.
Pero, como ya os he dicho, no hay vuelta atrás, no se puede volver al principio, más que nada porque no estamos en el final, ni en la mitad del camino. Es decir, creo que donde estamos ahora es justo en el principio. Somos dos extraños que ya no dialogan, no nos decimos lo que pensamos, sino que siempre estamos a la defensiva a ver qué va a decir el otro para saltar o actuar de forma acorde a la situación. Y es que no se puede pretender llevar una relación que no lo es, ahora es como estar en vida sin vivir. No tienes a nadie a quien llamar, no tienes nadie con quien poder compartir tus pensamientos ni tus vivencias; por este hecho justamente estamos como estamos, pero no nosotros, sino nosotros. ¿De qué si no iba yo a estar hablando con desconocidos?
Sé que en la cocina por lo menos no pasará a no ser que sea los días de descanso.
Lo que no tengo claro del todo es lo que voy a hacer, porque visto desde vuestro punto de vista es muy fácil, siempre se puede pedir ayuda a un dios que te convierta en laurel, pero en los tiempos que corren dudo mucho que si lo hago, no acabara en un manicomio. Pero ¿cómo si no se puede entender este cambio de actitud tan radical, si no es por cuenta de malas artes? Pues muy bien, tengo claro que sí que son por malas artes, pero no de las que estáis pensando, sino de los nuevos compañeros de las clases de guitarra. Sí, sí, lo tengo más que claro, esta situación absurda no lleva más de trece años, los mismos que lleva tocando la guitarra. Y para colmo, no habíamos tenido ningún problema grave hasta que no empezaron a venir a comer mi pastel de zanahoria de los miércoles. Todo se fue a pique cuando entró ese desalmado de ricitos de oro en mi cocina. Desde mi cocina yo sé que se puede ver todo lo que pasa en la casa, pero pensaba que nadie más lo sabía.
Esa obsesión creo que ha ocasionado que todos nuestros amigos se alejen de nosotros, que haya perdido toda relación con el mundo exterior, ni siquiera puedo ver las noticias ciertos días. ¡Por Dios, esto ha llegado demasiado lejos! Pero bueno, qué vas a hacer en pleno s. XXI, tampoco quiero quedarme completamente sola y con la casa, con una pensión y con el niño, así que decidí aguantar un poco más. Hasta el otro día, claro está, pues no suena el teléfono, lo cojo, a eso de las 14:30, no sería más tarde, y es don ricitos preguntando, o felicitando, no estoy segura, nuestro aniversario. Y no es porque haya llamado él, sino porque fue el único que lo hizo. Comprendí que nuestra vida ya no podíamos vivirla juntos, que era la oportunidad de separar nuestros caminos, pues como bien os he dicho, éramos como almas gemelas pero en barcas diferentes.
No podíamos hablar de este tema, como tampoco podíamos hablar de que hacía tiempo que…bueno…ya me entendéis, que no podíamos hablar.
Nuestro hijo se había ido a la universidad, creo que a Lituania, volvería en navidades, y creo que ha sido este hecho el que me ha impulsado a reaccionar así. Aunque no estoy muy segura de querer seguir luchando por una causa perdida, lo hago más bien por costumbre. Bueno a lo que iba, aquella tarde cogí el teléfono y me sorprendió lo que dijo, vendría a la tarde a darnos una noticia.
Cuando llegó la tarde nos encontrábamos en el salón, cada uno sentado en una punta del sofá de tela amarilla, sonó el timbre y abrí la puerta. Allí estaba él, pasó y se sentó en el medio de nosotros dos, él sabía perfectamente lo que había, pues llevaba tanto tiempo con nosotros como nuestros problemas, ¡qué casualidad! Venía a darnos una noticia muy importante, algo con lo que conseguiríamos alargar más la situación, un par de meses quizá, pero ¿quién le había dicho que nosotros estábamos de acuerdo? Como siempre lo dio por hecho.
Cuando se marchó don ricitos todo volvió a su relativa normalidad, pero entonces me sorprendí, él vino a la cocina y abrió las puertas de cristal y comenzó a hablarme. Yo no podía creerlo, pero lo escuché con atención…aunque cuando acabó de hablar preferiría no haberlo hecho, pues me dijo que estaba dispuesto a aceptar, a que aguantásemos dos meses más aunque fuera para ver a nuestro hijo, que vendría en navidades.
Me puse histérica, como de costumbre, pero decidimos calmarnos y él se fue a guitarra. Aunque no tuviéramos vida, él era lo único que pedía, que la música lo acompañase. Era un centro al que acudía gente con todo tipo de problemas, y de ahí sólo surgió la atípica relación por la que descubrimos nuestro problema, nuestro “amigo” don ricitos. Don ricitos era un reputado médico de la ciudad y sin comerlo ni beberlo empezó a entablar una delicada relación con mi marido. La verdad que, aunque le esté echando la culpa a él de todo lo que ha pasado, no tiene culpa de nada, pero nosotros, o más bien yo, pensaba que el que todos nuestros amigos nos dejasen de hablar era por su culpa, que el distanciamientos entre mi marido y yo también era por su culpa, etcétera, etcétera.
Total, que si aquí estamos está claro que decidimos aceptar aguantarnos los dos meses más y poder ver de regreso a nuestro querido hijo, según nos ha dicho está sacando muy buenas notas y estamos muy orgullosos de él.
Sabemos que no es fácil con una situación familiar tan complicada como la que tenemos, pero él siempre ha sabido separar lo familiar de lo académico. Quizá porque lo ha visto en casa desde muy pequeño.
Está a punto de llegar a casa, su avión habrá aterrizado hace una media hora, así que tiene que estar al caer. Yo, como siempre, estoy en la cocina, haciendo las típicas galletas navideñas de todos los años y él, como siempre, está sentado en el sofá del salón. La verdad que tenemos muchas ganas de ver a nuestro hijo, sabemos que no van a ser las mejores navidades del mundo, pues estamos decididos a contarle toda la verdad sin ningún tipo de edulcorante, aparte del de mis galletitas. Creemos que ha llegado el momento de que, por fin, nuestro bebé se ha hecho un hombre y debe afrontar los hechos tal y como son.
Pues como le dijimos al médico, ya sabéis, a nuestro querido don ricitos, la situación únicamente se puede alargar mientras el dolor que causa no supere a la satisfacción de seguir en la vida, pero hemos tomado la decisión, como almas gemelas que somos aunque estemos en diferentes barcas, de que el dolor ha sobrepasado esa barrera.
Y ahora aceptamos que el cáncer que tenemos, y digo tenemos porque lo hemos sufrido los dos juntos, no debe, moralmente, alargarse ni un mes más. Intentaremos que sean las mejores navidades de nuestras vidas, que esta terrible situación, que sólo la música y el amor a un hijo pueden calmar, no nos supere como ha superado a todos nuestros conocidos o a nuestra relación. Porque fue en el momento en el que don ricitos nos dijo que no aguantaría más de siete años cuando nos sentimos por primera vez extraños hasta el día de hoy, que tengo la corazonada que todo volverá a ser como antes. 

(Cae el telón)

No hay comentarios:

Publicar un comentario